El comienzo

4 de Octubre de 2016. Estación de autobuses de Pamplona

Dios mío, no me lo puedo creer ¿qué estoy haciendo? Quizás deba coger el primer autobús de vuelta a Madrid… No sé qué hacer, llevo semanas planeando esto. No, no puedo rendirme tan pronto, cuando ni si quiera he empezado. Además, sería darles la razón a los que me dijeron que no podría hacerlo.

Sentada en el suelo de la estación recuerdo la conversación que tuve a noche con mi hermano; no acostumbro a compartir mis sentimientos con los demás, pero en ese momento tenía la necesidad de hacerlo. Estaba muy asustada, quizás porque nunca había hecho algo de forma tan independiente, o eso me parecía a mí.
Entré en su habitación y le dije: tengo miedo. Mi cara de preocupación no debió de convencerle mucho, o simplemente le pareció gracioso que entrara en su habitación de repente y le soltara eso; porque lo único que me dijo riéndose fue ¿Por qué?. En ese momento, no supe qué contestarle, lo único que sabía era que estaba asustada; necesitaba contárselo a alguien y que me tranquilizara.

Llevo un rato en la estación, todavía queda una hora de espera para que salga el autobús y otra más para llegar a mi destino. Noto que un chico mayor que yo me mira, ambos sabemos a dónde vamos y lo que vamos a hacer, siento que me mira con cierta complicidad.
Estoy tensa, no tengo muy claro lo que me espera y estoy nerviosa. De nuevo, siento que otro hombre me mira, rondará los 50 y me mira como si yo necesitara ayuda. ¿Tanto se nota que soy novata?

Por fin llego a Roncesvalles, punto de partida, me bajo del autobús y agarro la mochila intentando hacerme con todas las fuerzas posibles para empezar mi camino y encontrar lo que vengo buscando desde hace tiempo: mi lugar en el mundo.
En mi cabeza resuena una frase que alguien me dijo o leí en alguna parte: Está bien estar asustado, significa que estás a punto de hacer algo realmente valiente. 

Tras registrarme en el albergue y acomodarme un poco, me voy a dar un paseo, continúo tensa y necesito despejarme. Hace frío y una espesa niebla baja visiblemente cubriendo el pequeño pueblo, parece de película de terror, pero es una imagen preciosa. Veo la señalización hacia Santiago de Compostela, tengo por delante 790 Km a pie. Me pregunto cómo llegaré a Santiago; ¿lo conseguiré? ¿encontraré respuestas al millón de preguntas que tengo?. Esas que hacen que me sienta completamente perdida, a ciegas y sin saber qué hacer. Llevo meses atrapada en un estado del que no puedo salir, sintiendo que quiero y necesito hacer algo importante, pero no sé qué es. Siento que estoy en un momento de cambio, pero no sé hacia dónde ir. 

Mi mente vuela hacia momentos y sensaciones vividas durante el último año. Es increíble cómo en el transcurso de un solo año puede cambiar tanto tu percepción del mundo y de vivir la vida. Nos metemos tanto en la rutina que olvidamos vivir. Vivir con mayúsculas, intensamente. La rutina, ese círculo tan peligroso, embaucador y a la vez sencillo, abarrotado de gente, todos en una misma dirección. Olvidamos qué es vivir, olvidamos la ilusión de un niño al descubrir cosas nueva, la magia de fascinarnos, de vivir experiencias, de darlo todo. Y es que, en verdad, resulta mucho más sencillo meterse en ese círculo, lo realmente difícil es darnos cuenta de su existencia y no sucumbir a él en nuestra huida al exterior. Pero cuando sales resulta fascinante ver el mundo con esos nuevos ojos.

Una voz me saca de mis pensamientos, ¿Quieres pasar? Vamos a empezar ya. Levanto la cabeza y veo a un sacerdote ante mí, no soy creyente, pero su amabilidad y la idea de sentir algo de calor antes de emprender mi camino hacen que acceda rápidamente. Respondo con una sonrisa y me levanto. 

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